16 de octubre. Cañuelas, Argentina.

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Elegir una vocación con Gente que no

Las elecciones vocacionales son un laborioso punto de llegada luego de un proceso de muchas preguntas, duelos, marchas y contramarchas. Los vínculos tienen un rol central. Escribe: Aldana Neme.

Promediaba 1985 y en los jóvenes primeros años del retorno democrático se formaba la banda musical “Todos tus muertos”, que si bien ensamblaba retazos de reggae, punk y rock, tenía una fuerte influencia del Movimiento Rastafari. Su líder, Fidel Nadal, cobijaba en su voz, otras tantas voces de juventudes cuestionadoras, vitales, enérgicas, disidentes. Juventudes, deseosas de construir proyectos alternativos a los modelos familiares, culturales y sociales que habían existido hasta el momento. En 1986, “Todos tus muertos”, lanzó “Gente que no”, un tema que todavía hoy nos acompaña a las generaciones +35, con una admirable vigencia que eriza las pieles colectivas: 

Hay gente que dice que tenés que trabajar,
Hay gente que te dice que tenés que estudiar,
Hay gente que te dice que tenés un problema existencial.
Hay gente que no, gente que no, gente que no...
Tus viejos se molestan, te quieren ver triunfar,
Te quieren bien arriba en la escala social.

Ahorrándose las pinceladas poéticas, “Todos tus muertos”, hablaba de los mandatos familiares y culturales, aquellos que se ponen en juego frente a las primeras decisiones vocacionales. También, aquellos mandatos que encuentran como escenario privilegiado, el almuerzo del domingo, donde el escuadrón de tíos que comparte los tallarines alrededor de la mesa, no desaprovecha ocasión para preguntarle al adolescente de la familia que va a estudiar y por qué eligió Oftalmología si es tan bueno con los números, las artes plásticas o el Derecho. 

Los adolescentes (¿sólo los adolescentes?) suelen transitar los procesos decisionales, tensionados, incómodos, sintiéndose al borde del abismo. A veces, apurados, con la culpa de no satisfacer las expectativas familiares, con el temor a “equivocarse”, a “fallar”, “a perder el tiempo”, “a no encontrar una pasión”, con la vertiginosa responsabilidad de saberse hacedores de su propio camino.

Elegir en la vida supone un duelo. ¿O caso cuando privilegiamos una alternativa por sobre otra no estamos postergando o declinando otras opciones? 

Las decisiones vocacionales no escapan a este proceso. Ciertamente, también se cree que este camino es lineal, que todos tenemos una (sí, una y siempre una) vocación, que es la misma que nos acompañará durante toda la vida y que se descubre a los 18 años como si fuera un regalo para nosotros y para aquellos otros que tienen expectativas ligadas a esa elección. 

Entonces, falsamente, se cree que descubrir la vocación, es como descubrir un regalo a partir un estricto y universal manual de instrucciones: 1) Rasgamos apasionadamente el papel que la envuelve; 2) Despegamos cuidadosamente el moño (tal vez sirva para otro regalo) 3) Abrimos la caja; 4) Se produce la magia y presentamos nuestra vocación en sociedad. 5) Firmamos la garantía perpetua de felicidad.

Si esta creencia ilusoria fuera real, permitiría que los almuerzos familiares, por un tiempo, vuelvan a ser recorridos por un poco de paz y que los temas de conversación vuelvan a repiquetear entre la Scaloneta, la inflación, la ensalada de papa y huevo de la tía Silvina (le pedimos otras variantes pero dice que es la única que sabe hacer), el año de elecciones, la sequía, las vacaciones y otros. Ninguna alteración, todos felices. 

Afortunadamente, el universo de las elecciones resulta un poco más complejo. Les propongo pensar en la vocación como un nudo que se construye con muchos hilos: sociales, culturales, históricos, coyunturales, geográficos y familiares. Hilos ligados a los propios deseos, a las habilidades que creemos tener y (entre otras cuestiones) al menú de opciones que podemos vislumbrar en cada momento preciso de nuestras vidas. 

Las vocaciones, entonces, pueden ser ambiguas, contradictorias, tibias, tímidas, simuladoras, múltiples, variadas, plurales, diversas. Se pueden amalgamar y pueden ir cambiando a lo largo de los distintos ciclos vitales: ¿O acaso elegir a los 18 años es firmar una decisión irreversible e inmutable? Elegimos un modo de vida que podría no ser para siempre, y lo más probable es que así sea. Sino: ¿Cuál sería la gracia de la vida?

Ciertamente, durante muchos años se pensó la vocación como “un llamado interno”, como una “voz del interior” (¿no es muy fuerte la expresión “voz del interior”?) que necesariamente aparecería entre los 17 y los 18 años, signando vidas, historias y destinos. De hecho, esto sostuvo un modo de denominar a quienes acompañamos procesos vocacionales: “Orientadores”. Si, nos llaman Orientadores. Se ha pensado -y se piensa- nuestro rol desde un lugar de guía y conducción para que las personas orientadas, puedan conectar con ese llamado: 

¿Se pusieron a pensar que si hay algo que no se orienta es la vocación?

Es más, me gusta plantear que la vocación no es aquello que queremos ser, sino aquello que no podemos dejar de ser. En esa línea, les propongo pensar que quienes nos dedicamos a este complejo -y siempre desafiante- campo de lo vocacional, lo que hacemos es acompañar desde un lugar diferenciado y amoroso, procesos de descubrimiento. Descubrimientos complejos, laboriosos, a veces agotadores, angustiosos, con muchas idas y vueltas; muy distintos a la idea del “descubrimiento del regalo”. No hay regalo ni lo habrá porque los procesos de toma de decisión si hay algo que no generan, es el clima festivo de un cumpleaños. Lo que hay, es incomodidad, dudas, temores, hipótesis. También, pistas que pueden aportar algunas ideas respecto de para donde se quiere ir o que atajos se pueden tomar.

Es el protagonista del trabajo quien recorre, explora, encuentra itinerarios posibles, se despista, vuelve sobre sus pasos, reflexiona y deja en remojo, algunas decisiones preliminares. Más que orientar, acompañamos con amor y firmeza. Con constancia y capacidad de duda. Con permanencia y habilidad para incomodar. Con pasión y confianza. Esto, incluye también la posibilidad de instalar preguntas que a veces desconciertan, aunque son necesarias para que este proceso, siga un curso fructífero.

Entonces, a modo de resumen, les comparto aquí, algunos mitos sobre las vocaciones:

• La vocación es una sola y se elige a los 18 años. 
• Nadie mejor que la familia para Orientar.
• La vocación se hereda (porque “se nace” para “médico”, “docente” o “comerciante”)
• Los Orientadores “dicen” cuáles son las mejores carreras para cada uno.
• La vocación se puede medir (como si existiera un “Vocacionómetro”).
• Hablar de Orientación Vocacional es hablar de adolescentes (¿los adultos no nos hacemos preguntas respecto de nuestras vocaciones?)
• A una vocación siempre le corresponde exactamente una ocupación (¿y si a alguien le gusta escribir y esta actividad es común a muchas profesiones, que se hace?)
• Cuantas más opciones existan, mejor (¿será que a veces tantas alternativas marean y confunden?)
• Los Orientadores siempre brindan respuestas (¿qué pasa si centran su trabajo en instalar preguntas?)

Tal vez, un buen inicio para atravesar los procesos de toma de decisiones, pueda ser preguntarnos: ¿Qué áreas o campos ya podemos descartar? A veces ayuda comenzar por lo que no queremos que suele estar bastante más claro. Cantaba Fidel Nadal en “Gente que no”: 
“No quiero ser un yupi con plata,
no quiero ser un hippie ni un pank.”

Comenzar a definir por contraste, puede ser una buena llave. También, alivia tener en claro que estas decisiones no tienen por qué ser para siempre. No es necesario pensarnos en nuestras adulteces o en la tercera edad, dentro del mismo campo vocacional. Es más, diría que es un montón. 

También, colabora saber que podemos contar con otros y convocar a esos otros cercanos, a que puedan incorporar sus percepciones respecto de algunas preguntas que nos propongamos hacerles. Esas personas pueden ser seres queridos, conocidos a quienes validamos, de quienes nos importan sus opiniones. Los vínculos, también son vías que nos ayudan a explorar el campo vocacional. Muchos de esos vínculos, son con personas que nos conocen del derecho y del revés. De izquierda a derecha. De arriba hacia abajo. De norte a sur y por supuesto, de este a oeste. Podríamos entonces, tomarnos la licencia de preguntarles:

¿Cómo nos ven? ¿Cuáles son para ellos nuestras habilidades más destacadas? ¿Y nuestras principales cualidades de personalidad? ¿Podrían decirnos algunas virtudes? ¿Y tal vez algunas oportunidades de mejora? ¿Para qué creen que somos buenos? ¿Cuándo nos ven ser genuinamente nosotros? ¿Qué actividades solemos hacer que nos hacen brillar los ojos?

Esa gente, es la gente que nos enciende, que no nos apaga. Ellos, son la “Gente que no”:

• La gente que no nos va a cuestionar,
• que no nos va a clausurar,
• que no nos va a acotar,
• que no nos va a pulverizar,
• que no va a juzgar nuestras decisiones, 
• que no las va evaluar, 
• que no nos va a decir qué hacer, 
• que no nos va dar un consejo que no pedimos, 
• que no va a decirnos que vamos a ser eternos desempleados, 
• que no va a hacer trizas nuestros proyectos, 
• que no nos va a desamparar, 
• que no nos va a desproteger, 
• que no nos va a culpabilizar,
• que no nos va a acusar,
• que no nos va a atemorizar,
• que no nos va exigir,
• que no nos va retar.

Ellos, son los imprescindibles. Ellos, son la gente que no.

Aldana Neme
Directora de Rizoma Consultora
Orientadora Vocacional y Ocupacional.
WhatsApp: (11.7627.1961)
Sitio web: www.rizomaconsultora.com.ar

 

Escrito por: Aldana Neme