Se ha publicado la foto de un grupo de políticos rodeando al presidente Milei con buzos color violeta, cromáticamente disciplinados. Y la televisión la ha difundido masivamente. Ese grupo está integrado por los postulantes del oficialismo a cargos legislativos para la próxima elección.
Observamos en la foto, también vestidos de violeta, a figuras prominentes de lo que fue el PRO —¿Recuerdan, aquel partido de los globos amarillos?—, tal como Ritondo, Montenegro y Valenzuela. Sostienen un cartel: “Kirchnerismo: nunca más”.
Lo primero que me sugiere esta foto es un acto de sadismo de los hermanos Milei a sus ocasionales asociados: les exigimos que vengan al pie y aquí están, vestidos como a nosotros nos gusta. Los sometimos y aquí lo estamos mostrando.
Muy triste, por cierto. Sin dejar de señalar cierta hipocresía electoralista: ¿Cuántos tránsfugas del antiguo régimen tiene LLA en sus filas a lo largo y ancho del país?
¿No fue suficiente degradación haberles negado toda condición para aliarse a LLA que no sea la rendición incondicional, la renuncia a su identidad, la sumisión reflejada en el cambio de la paleta de colores? ¿Por qué asumen la tan degradada condición de tránsfugas?
La razón que dan para someterse a la dura disciplina de la jefa (la nueva jefa, la del otro populismo, la que hoy no está presa) es la necesidad de ganarle al kirchnerismo.
El argumento es solo aparente. Son elecciones legislativas. Electos diputados o senadores pueden votar en las legislaturas todo aquello que sea necesario para enfrentar al kirchnerismo sin perder la identidad que siempre publicitaron, y se pueden hacer acuerdos parciales según cada proyecto.
La realidad, tal vez, transite por otras especulaciones. Más carnales, más existenciales; tal vez crematísticas
No será, acaso, que buscan en el salto de garrocha cromático algo más vulgar y pedestre como sería preservar sus propios privilegios, sueldos y canonjías de políticos profesionales, ahora profesionalizados; les faltaría tal vez un sindicato que bregue por sus derechos y aspiraciones.
Las agachadas, así diríamos en el barrio, muestran la real calidad de las personas.
Recuerdo lo que nos enseñaban aquellas entrañables maestras de guardapolvo blanco cuando hablaban de los próceres de la patria: vivir y morir con honor. Y luego los profesores del secundario nos aclaraban: el honor es una calidad moral que se construye a través de acciones honestas y leales que nos forjan una reputación y un reconocimiento social.
Pero, también nos enseñaban: el honor, así como se adquiere, se puede perder; de la misma forma en que se logró: con conductas.
No todos se han aferrado a la garrocha. María Eugenia Vidal ha expresado públicamente su rechazo con todas las letras, también desecharon el salto Silvia Lospennato y Waldo Wolf, y muchos otros. Les redundará respeto social y empatía. Los primos Macri, en cambio, han quedado descolocados y deslucidos, incursos en la sentencia bíblica: a los tibios los vomitaré por mi boca (Apocalipsis 3-16).
Llegará, tal vez, el tiempo en que la honorabilidad se tenga en cuenta al emitir el voto. Pero, al parecer, todavía estamos lejos.
Estas disquisiciones sobre tan difundida foto, me lleva a meditar sobre el factor humano en la política Todos sabemos que para cocinar una buena comida es indispensable contar con ingredientes nobles, nada de carne dura ni de vegetales mustios. Lo mismo ocurre en política.
La gestión pública requiere un proyecto y un rumbo, cuya concreción aspira a un resultado esperado y prometido. Requiere también una praxis para llevar el gobierno adelante.
Y esa gestión solo puede llevarse a cabo a través de personas, por ahora no hay inteligencia artificial que las reemplace. Es el necesario factor humano. Esos hombres y mujeres responsables de que el proyecto prometido se convierta en realidad son los políticos.
¿Y dentro de qué margen se desarrollará la gestión de los políticos, o debería desarrollarse? En el marco de la ley, sostenido por los principios rectores de las constituciones o leyes fundamentales. Esto es necesario, mas no suficiente.
Hace falta también gestionar en favor del interés general y no del propio y cumplir la oferta ofrecida a la comunidad y la palabra empeñada ante la ciudadanía.
La mayoría de los países civilizados de la tierra tienen leyes similares a las nuestras, pero los resultados son distintos. Argentina no alcanza ni se acerca al estándar institucional y nivel de vida de Australia o Dinamarca, por ejemplo.
Hasta hemos inventado las “candidaturas testimoniales”, donde políticos inescrupulosos se postulan a cargos que saben jamás van a ejercer, pensando que con sus nombres en cabeza de las listas muchos incautos los van a votar.
La causa de nuestras desdichas es el factor humano. Lo que falla no es el sistema, son los hombres.
Y nuestros lamentables últimos años dan de esto pruebas evidentes: Swiftgate, Yomagate, Skanska, YPF, venta de armas, encubrimiento en la causa Amia, Pacto con Irán, Vialidad, Hotesur, Los Sauces, Cuadernos; y agotaríamos la extensión de la columna. Todos delitos perpetrados o propiciados desde el poder.
Y sus agentes, el material humano de tales estragos: Carlos Menem, Néstor Kirchner, Cristina Kirchner, Alberto Fernández, todos presidentes de la República elegidos por el voto popular, lo que hace la ignominia mayor.
Y los partícipes necesarios, funcionarios del poder o allegados a quienes lo ejercían: Boudou, De Vido, López, Muñoz y el legendario amigo Lázaro Báez. Por nombrar solo algunos de los más destacados.
El presidente actual debe cuidarse, transita un camino sinuoso en el caso Libra, con repercusión y proceso penal aquí y en el exterior, y una comisión investigadora del Congreso.
Es tanto el pillaje que nos hace perder la capacidad de mensurar, no existió en el mundo semejante cleptocracia, ni siquiera en las Filipinas de los corruptos Ferdinando e Imelda Marcos, otro matrimonio del poder.
Pero el mayor peligro es que nos acostumbramos. Nos hirvieron de a poco, como a la rana en el sartén.
Con material humano de este calibre, ¿qué país puede funcionar, aunque tenga las mejores leyes y la mejor constitución y los mejores recursos naturales?
Vale entonces reflexionar no solo sobre qué votar, sino también sobre a quién votar: cuidémonos de las buenas promesas en boca de malas personas; repudiemos el roban pero hacen; no votemos a delincuentes, tránsfugas ni acomodaticios.
De seguir como en estos últimos años, no tenemos destino.
Escrito por: Carlos Laborde