25 de abril. Cañuelas, Argentina.

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Que la pandemia no se lleve puesta la memoria

“Durante el gobierno que mi amigo Álvarez defiende, más de dos millones y medio de personas dejaron de ser clase media para convertirse en pobres” sostiene Fernando Abdo en respuesta a la columna del presidente del bloque de Juntos por el Cambio.

Me crucé con una columna de opinión publicada por el concejal Carlos Álvarez. Imposible no hacerlo: el título “La clase media está desamparada” es tan fuerte que sería hasta imprudente omitirla. La bajada de la nota es igualmente impactante: habla de la “situación crítica” de comerciantes, profesionales, empresarios y pymes y afirma que la ayuda del estado “no alcanza”.

Álvarez sabe bien lo que busca: 9 de cada 10 personas sólo leerán título y bajada, y por eso no escatima recursos discursivos a la hora de redactar una nota-impacto para redes. El contenido, luego, se diluye en enunciados menos contundentes.

Me propongo a priori algo: no discutir a las personas sino a los argumentos, aunque si hay algo que todos los comunicadores tenemos claro es que nadie puede enunciar desde un lugar neutral. Y Álvarez –a quien aprecio y con quien hemos compartido infinidad de charlas de café– también habla desde un lugar: el lugar de haber defendido y defender las políticas que en los últimos cuatro años ejecutó el gobierno de Mauricio Macri.

Entonces, primera cuestión: ¿tiene lógica apelar al orgullo de la “clase media fuerte” si se bancaron los trapos de una gestión que la redujo del 44 al 38 por ciento? Durante el gobierno que mi amigo Álvarez defiende, más de dos millones y medio de personas dejaron de ser clase media para convertirse en pobres. No fue magia: fueron tarifazos, apertura indiscriminada de importaciones, libre mercado cambiario, blanqueo y fuga de capitales, inflación y la consecuente pérdida del poder adquisitivo que ese cóctel explosivo produjo.

Ya sé, pandemia mediante parece que pasó un siglo de todo eso. Pero no, hace muy poco. La crisis sanitaria más tremenda del último siglo nos alcanzó en un momento tremendo, con un Estado devastado (ni Ministerio de Salud dejaron) y en una situación de extrema vulnerabilidad financiera.

Y es de este mismo Estado al que permanentemente han querido achicar (y achicaron) del que ahora se quejan porque la ayuda no llega para todos.

Aclaro, porque a veces las posiciones extremas llevan a reduccionismos poco inteligentes: no niego en absoluto la situación terrible que hoy viven miles de comerciantes, profesionales, pymes y cuentapropistas que llevan más de 80 días sin trabajar. Y creo que es correcto que el Estado debe hacerse cargo de esa situación, ideando mecanismos de reactivación y alivio. Lo que me sucede es que esta posición no me genera contradicciones. Otros, en cambio, miraban hacia otro lado ante el reclamo de los más de 500 mil argentinos que perdieron su trabajo durante la gestión anterior.

No me queda claro a quién debería adjudicarse el “desamparo” de la clase media: ¿al presidente? ¿a la “infectadura”?

Sí –en cambio– me queda claro que esta discusión es únicamente posible primero que nada porque de momento estamos vivos, y no vemos apilarse cadáveres en la Avenida Libertad ni estamos abriendo fosas comunes como en el Brasil de Bolsonaro, ni estamos eligiendo qué pacientes pueden y que pacientes no pueden acceder a un respirador, como en el Chile de Piñera, dos de los modelos y presidentes que más de uno habrá soñado tener.

Por el contrario, estamos preparados para enfrentar el pico de la curva de contagios con un sistema de Salud adecuado. Depende, por supuesto, de la responsabilidad de todos. Hacer ahora mal lo que hasta acá hicimos bien sería una catástrofe.

Por eso me es difícil entender hacia dónde va esta suerte de crítica al aire, este decir porque hay que decir algo, esta necesidad por posicionarse y representar a un sector de la sociedad que necesita oponerse pero no sabe bien a qué (creo que me estoy contestando solo).

Álvarez enumera correctamente una serie de ayudas que el Gobierno ideó específicamente para el sector de clase media (IFE, prórrogas y eximiciones tributarias, la mitad del pago de sueldos para empleados en blanco, o créditos a tasa cero). Súmense las asignaciones adicionales por AUH y se contabilizará un desembolso de más de 100 millones de pesos sólo en Cañuelas, que fueron a parar al circuito de consumo local.

¿Alcanza? No, claro que no. Porque en medio de una pandemia nada alcanza. Todos los días la intendenta Marisa Fassi nos pide ser creativos y buscar la máxima flexibilización posible sin ponernos en riesgo, porque conoce la angustia de los que no pueden trabajar debido a las medidas de aislamiento.

Pero lo intenta. Lo intentamos, convencidos además de que el Estado no debe desfinanciarse, porque a la larga, es quien termina dando las respuesta que la mano invisible del mercado no da. Que el Hospital Regional Néstor Kirchner tenga hoy 160 camas más y un angiógrafo menos ejemplifica bastante bien esa idea.

No sabemos todavía que se va a terminar “llevando puesto” la pandemia. Ojalá la economía resista, ojalá el Estado logre encontrar mecanismos para que la clase media se recupere. Y ojalá se pierdan la menor cantidad posible de vidas de argentinos y argentinas.

Pero ojalá sí se lleve puesto este sistema tan desigual. Donde todos se creen con derecho de juzgar y analizar a la pobreza, cuando tal vez la solución haya sido siempre animarnos a juzgar y analizar a la riqueza.

Fernando Abdo 
Periodista
Subsecretario de Comunicación
de la Municipalidad de Cañuelas

Escrito por: Fernando Abdo