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Yo prohíbo, él censura, nosotros cancelamos

Desde Tato, el “Señor Tijeras”, hasta la foto de León Gieco “evaporada” del documental de Fito Páez; un repaso de las intervenciones de la corrección política sobre la libertad. Escribe: Carlos Laborde.

Los besos perdidos de Cinema Paradiso.

Los besos perdidos de Cinema Paradiso.

Con la influencia del Congreso Eucarístico Internacional de 1934 y la resolución de facto de los golpistas del 4 de junio de 1943 (Rawson, Ramírez, Farrell, Perón) de exigir certificado de bautismo católico para ingresar al Ejército Argentino quedó sellado que los ciudadanos que portaran la condición de judíos no podrían armarse como oficiales en defensa de la patria. Si bien aquella medida fue derogada, es difícil encontrar judíos que superen la jerarquía de teniente coronel; más, es difícil encontrar judíos en nuestras instituciones armadas. Se había formado una barrera ideológica para cerrar las chances de los ciudadanos argentinos judíos a integrarse con los argentinos católicos para juntos proveer a la defensa nacional en los puestos jerárquicos de la fuerza. 

No fuimos originales en esto: el ejército francés discriminaba a los judíos desde el siglo XIX, ejemplo el caso Dreyfus. Los judíos que como soldados fueron reclutados por el servicio militar obligatorio para servir en las Islas Malvinas no fueron descartados, pues accedían por imperio legal, pero fueron maltratados, discriminados y aún torturados por sus propios oficiales jefes, que repitieron en plena guerra las conductas que ya habían demostrado en los campos clandestinos de concentración; hechos reales y probados. 

Los golpistas de 1943 ordenaron modificar las letras de muchos tangos (Los mareados, Bronca, Acquaforte…) impidiendo que se grabaran con la letra original escrita por sus autores.

La actriz y cantante Libertad Lamarque no tuvo otra chance que abandonar el país para trabajar, porque aquí le resultaba imposible hacerlo durante el gobierno de Juan D. Perón, se dice que por un conflicto con la esposa del mandatario. También Victoria Ocampo fue presa a la cárcel de mujeres del Buen Pastor por ser contreras y Jorge Luis Borges degradado de su condición de bibliotecario a la de inspector de aves en las ferias municipales.

La cantante Nelly Omar y el cantor, actor y director Hugo del Carril —peronistas ambos— no tuvieron posibilidades de trabajo durante los gobiernos de Lonardi y Aramburu, porque se pretendía borrar al peronismo de toda existencia pública. Asimismo prohibieron cualquier mención pública del partido y de su líder. 

En la década del sesenta hubo un conocido fiscal, émulo de Torquemada, que alcanzó fama por cortar todas las escenas de películas que, a su entender, pudieran ofender el recato de los ciudadanos, emprendiéndola sin descanso contra Brigitte Bardot, Martine Carol, Jean Seberg, Jean Moreau, Blanquita Amaro, Amelita Vargas, Isabel Sarli, Libertad Leblanc y otras. Lo antológico del caso es que todos esos recortes hurtados de los filmes por la tijera censora fueron recopilados y editados por un anónimo cineasta, obteniéndose un mediometraje de proyección privada de una sucesión de besos, desnudos, y escenas eróticas de las más conocidas estrellas nacionales e internacionales de la época; mutilaciones que nos cuenta ahora con ternura la última escena de la hermosa película Cinema Paradiso, pues Italia, en su tiempo, vivió lo mismo. Importante aporte de la justicia a la pureza sexual de la ciudadanía. 

Las películas con conceptos ideológicos contrarias al ser nacional de los sucesivos usurpadores del poder, no pudieron estrenarse o fueron cortadas de tal forma que resultaba ininteligible su proyección.

Distintos actores y músicos debieron exilarse en 1975, amenazados de muerte por la Triple A, organización armada propiciada por los gobiernos de Perón e Isabel Perón. Muchos de ellos, por su valía, triunfaron en Europa. 

Ni hablar de la diáspora de artistas, intelectuales, músicos, escritores que generaron las dictaduras criminales de Hitler y de Stalin, que les atribuían la producción de arte degenerado, burgués o nocivo para el pueblo, prohibiendo todo rastro de sus obras y, cuando les parecía, suprimiendo sus personas. Las obras de Boris Pasternak y Alejandro Solzhenitshyn fueron prohibidas en la Unión Soviética, a la par que el último fue preso durante once años.

Salman Rushdie fue condenado a muerte por una fatua del Ayatola Jomeini, la que se concretó en 2022 por esbirros musulmanes, sin lograr la muerte del escritor, pero sí dejarlo malherido. 

Estos pocos ejemplos de tantísimos, traídos de la realidad y de los distintos tiempos y países, inducen a buscar el  denominador común de tales agravios a la libertad:
• Todos provienen de la autoridad estatal o de sus sicarios. 
• El anatema cae indistintamente sobre conductas, hechos, grupos o personas en particular.
• En todos los casos se explicita que tales medidas se toman por el bien común, la protección de la moral o del dogma religioso, el saneamiento de la pureza de la raza o por doctrinas que marcan lo políticamente correcto.

Es difícil encuadrar estos abusos contra libertad en una sola palabra, pero pueden ser próximas: prohibir, vedar, proscribir, censurar. 

Con el tiempo, estas atrocidades rústicas tendieron a cesar, las democracias contemporáneas limaron  muchas cosas; pero las fuerzas ocultas de la intervención y la injerencia en la vida del prójimo no tardaron en rearmarse y volver en forma gris y solapada al ataque. Lo hacen en general a través de las redes sociales y medios electrónicos de comunicación, la captación de medios convencionales o políticas empresarias. Ya no son casos típicos, forzados, de prohibición o censura provenientes del poder, sino sutiles interferencias de personas privadas descalificando individuos, acciones o conductas que, a criterio del agente o de determinados colectivos inflamados, no condicen con lo que es su opinión del deber ser. Se descartan personas, libros, espectáculos. Se promueven salas vacías para castigar a tal actor o autor; las editoriales escarban los textos para no incurrir en lo inconveniente y separan todo signo de contaminación o no lo editan. Los concursos literarios, teatrales y cinematográficos son ganados por obras que sostienen las teorías de los colectivos en lucha, desde lo racial, lo sexual o la perspectiva de género.

La cadena televisivo HBO sacó de cartelera el film Lo que el viento se llevó porque entendió que en la película se mostraban negros que parecían felices, y tal estado no condice con la calidad de esclavos que padecían.

Los colectivos estudiantiles kirchneristas impidieron que el Dr. López Murphy disertara en la Facultad de Derecho de la U.B.A.

Una librería inglesa retiró de sus anaqueles el libro Harry Potter, pues su autora fue sindicada como cuestionadora de ciertos derechos trans. 

Una editorial la emprendió contra el gran escritor Mark Twain, interviniendo en las nuevas ediciones sus libros Tom Sawyer y Huckleberry Finn para reemplazar palabras, como nigger, que consideraban discriminatorias.

La editorial Harper Collins decidió reescribir los libros de su autora Agatha Christie (Muerte en el Nilo, Asesinato en el Expreso de Oriente…) a fin de adaptarlos a la “corrección política imperante” y a las “sensibilidades modernas”, borrando textos que a su entender serían agravios a colectivos o referencias étnicas indeseables.

Idéntico crimen sufrieron Robert Dahl (Matilda…) y el inefable James Bond.

La editorial inglesa Ladybird Books (Grupo Penguin) mutiló Blancanieves y La Cenicienta¸ por entender que afectarían a los niños con mensajes clasistas y heteronormativos. Que privilegian la belleza física y que las heroínas son rubias de ojos azules menoscabando la diversidad racial. Protestan que príncipes y princesas tengan siempre relaciones heterosexuales y que no se representen otras realidades como la homosexualidad o la bisexualidad. 

Ahora, hace unos días, en la serie sobre Fito Páez El amor después del amor se incorpora con los títulos finales una foto en la que León Gieco fue borrado, suprimido de la placa original mediante algún artificio técnico. En esa vieja foto aparecían cinco, ahora quedan cuatro. León Gieco, borrado. Conducta de neta inspiración soviética, iniciada por Stalin cuando borró de la historia toda imagen de León Trostky. 

Y tantos, tantos, tantos casos más.

En pocas palabras: pretenden borrar la historia, cuando la historia se construye con los datos que dejaron los contemporáneos de los hechos.

¿Deberían también emprenderla contra Jorge Luis Borges quien en muchos de sus cuentos utiliza lenguaje de época y palabras duras desde lo social y lo racial?

Este nuevo mecanismo oscurantista desarrollado en el último decenio ha dado en llamarse “cultura de la cancelación”. Consiste, básicamente, en generar un vacío, un boicot alrededor de ciertas personas físicas o jurídicas, o de ciertas ideas y conductas, a través de intervenciones en las redes sociales, o en sectores formadores de opinión, con el propósito de quitar espacios a quienes desarrollan y promueven ideas distintas a las que profesan los cancelantes. En la medida en que crece la cultura de la cancelación, advertimos su estrecho parentesco con la censura y el menoscabo de la libertad de expresión: di lo que quieras en tu obra de teatro, pero no tendrás teatro para estrenarla; muy lindo tu libro, pero ninguna editorial te abrirá sus puertas. ¿Por qué? Porque ningún interés comercial o empresario se pondrá en contra de la “verdad instalada”, de lo “políticamente correcto”; serían boicoteados, perderían dinero. Es un muro de silencio, no escrito, no legislado, que en la práctica impide la libre circulación  de las ideas en el medio social.

Todo esto nos lleva a un claro dilema: 

¿Es la cultura de la cancelación una forma de censura o de agravio a la libertad de expresión, que establece qué está bien y qué está mal, levándonos así, de a poco, al pensamiento único? 

¿Es aceptable la cultura de la cancelación en la medida que no surge de ningún poder público sino de la decisión privada, y que quienes la ejecutan no hacen otra cosa que ejercer su libertad de pensamiento y expresión? 

Estamos ante un choque entre potestades —de ahí el dilema— que cada uno debe apreciar y resolver según su criterio y convicciones, pero lo importante es saber que estas cosas existen, hoy y aquí, para que podamos advertirlas y, según cada uno, resistirlas o apoyarlas. Pero hay algo que no puede conciliarse: modificar, mutilar o suplantar  textos escritos y firmados por otros autores; es siempre  un crimen cultural que resulta inaceptable en cualquiera de los dos extremos del dilema.

Resulta fundamental no caer en la trampa del maquillaje bien pensante del pensamiento único. A veces, la carne envasada huele mal cuando se abre el paquete.

Carlos Laborde
Abogado, escritor.

Fuentes:
Hernán Dobry. Los soldados judíos en Malvinas. Los rabinos de Malvinas. Traído por Hugo Alconada Mom. La Nación. 22 de abril de 2023.
María Rosa Lojo. Hubo esclavitud y racismo: ¿no es peligroso reescribir libros por corrección política y fingir que eso no pasó?. Infobae. 6 de abril de 2023.
Joaquín Sánchez Mariño (con citas de Gonzalo Garcés).Infobae. 11 de julio de 2020.
Diego Rojas. Un grande del rock argentino, “borrado” en los títulos finales de la serie sobre Fito Páez. Infobae 11 de mayo de 2023.
Nino Ramella. Victoria Ocampo y un cautiverio ominoso. La Nación. 14 de mayo de 2023.

 

Escrito por: Carlos Laborde